viernes, 11 de julio de 2014

LIBERTADOS PARA ORAR...

Salmo 42:1-2 “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?”.

El Rev. Maurice Roberts, ministro, teólogo y escritor originario de Escocia, nos impartió conferencias en nuestra congregación; dijo algo que me causó mucho impacto y que me trajo recuerdo de sus palabras al leer este salmo: “Después de que hemos orado mucho tiempo, empezamos de corazón a orar…” (1). Es una gran verdad. No solo tenemos muchas dificultades para orar, factores como el cansancio, el sueño, distracciones emocionales, problemas personales, preocupaciones, el no saber qué pedir o interceder, etcétera; sino también que, en ocasiones, oramos por orar de forma mecánica. Oramos con los métodos. Oramos por repeticiones. Oramos por orar.

¿Cómo describimos al autor de este salmo? ¿Qué preocupación le asalta en su corazón mientras intenta orar? En el contexto, podemos ver un estado de mucha aflicción y lágrimas (vers. 3), un sentimiento de nostalgia y abandono (vers. 3, 4, 6 y 9a); además, reconoce su depresión (vers. 6). Por último, observamos que está siendo oprimido por sus enemigos, que se burlan de Él porque, en apariencia, Dios le ha retirado Su presencia (vers 3, 9 y 10). Tal es el cuadro personal del salmista durante su tiempo de oración, en que intenta, en sus débiles fuerzas,  mantenerse en actitud de adoración y oración a Dios (vers. 1, 2, 4, 5, 8 y 11): “De día mandará el Señor su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo; elevaré una oración al Dios de mi vida” (Salmo 42:8). Su más poderoso anhelo es permanecer en la casa de Dios, o dicho de otra forma, en la presencia de Dios (vers. 2 y 4).

Ahora bien, observen, por favor, el vers. 5: “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez Por la salvación de su presencia”. El vers. 5 presenta al salmista librar una guerra sin cuartel contra sí mismo, contra su propia alma que le lleva a desistir de orar y de poner su confianza en Dios. Mientras que el versículo 1 nos dice: “Mi alma tiene sed de Dios”; el vers. 5 nos contrasta: “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?”. Es una situación curiosa y contradictoria, el alma, el ser del salmista debate, argumenta, lucha con sus propias ideas y necesidades. Es una realidad que también nosotros vivimos. El motivo del por qué es frecuente esas guerras interiores, es debido que tenemos un enemigo muy cercano a nosotros: Sí, nosotros mismos. ¿Por qué? Porque el pecado que mora en él le quiere separar de Dios. El apóstol Pablo lo certifica: “Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no” (Romanos 7:18). “Es en mí, en mi carne, el pecado que habita en mí”, afirma el apóstol, “que no hay nada bueno, ni el intentar hacer bien alguno”; incluyendo la vivencia de orar, que es uno de los mas sumos bienes que podamos realizar como acto de adoración al SEÑOR.

Continuamos con la segunda mitad del vers. 11: “Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!”. Es decir, algo dentro de él busca la presencia de Dios. Una fuerza se impone en esperanza por abrirse paso a los cielos con su oración. Esa fuerza es Dios mismo. Exclama el salmista: “¡Dios es la salvación de mi ser!”. La palabra “salvación” viene de una raíz hebrea que significa: “liberación, emancipación, preservación, protección y seguridad” (2); y “hace referencia a la liberación de una persona o grupo de personas de una situación de peligro y restrictiva, donde ellos no eran capaces de ayudarse a sí mismos” (3). El salmista clama no solo por una salvación personal, por la liberación de sus enemigos que le oprimen y niegan la existencia del SEÑOR (vers. 3 y 10), sino también pide ser preservado sus propias dudas y argumentos en contra de seguir confiando en Él. Es Dios quien nos libera, nos preserva y nos protege de nuestros abatimientos personales porque somos incapaces de hacerlo por nuestra propia cuenta. Peligramos porque nuestra carne no quiere humillarse al bien de la oración. Por lo tanto, el SEÑOR nos ayuda a orar, nos sostiene en nuestra oración, dispone en nosotros una actitud de adoración a Él.

¿Cómo Dios realiza esta liberación gradual de nosotros mismos? Por medio del Espíritu Santo, quién es llamado también el “Espíritu de oración y de gracia”. Por favor, compare Zacarías 12:10 con Hebreos 10:29, ambos textos relacionan a la tercera persona de la Trinidad. Comprobamos, pues, que por medio del Espíritu Santo, nos imparte la gracia de Dios que nos perfecciona en nuestras debilidades y nos libera de nuestra resistencia a no orar con todo el corazón: “Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9c); y por medio del Espíritu de Santo, nos imparte el poder para abrir los cielos en oración: “Y de la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles; y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios” (Romanos 8:26-27). Romanos 8:26-27 y 2 Corintios 12:9 refuerzan una gran verdad: ¡Somos débiles e incompetentes! Por lo tanto; no hay otro recurso ni poder que nos pueda capacitar para la oración sino es por el Espíritu Santo: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu” —dice el Señor de los ejércitos” (Zacarías 4:6). No estamos hablando del don de lenguas, de éxtasis extraños o misticismo carismático; sino de la realidad del poder y sostén del Espíritu Santo en la vivencia, progresión y perseverancia en la oración. Mas la otra verdad Romanos 8:26-27 y 2 Corintios 12:9 es que resaltan nuestra dependencia de Dios para relacionarnos con Él, para tener comunión con Él.

Aquel que tiene el Espíritu Santo es hijo de Dios: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16); y sólo los hijos de Dios anhelan Su presencia, desean Su comunión sobre todas las cosas, claman al SEÑOR con sentido de urgencia: “¡Abbá, Padre!” (Léase Romanos 8:15). Sólo los hijos de Dios tienen la confianza de que sus oraciones son escuchadas (Léase 1 Juan 5:14). Charles H. Spurgeon comentó sobre esta preciosa verdad: “Si te amó cuando estabas lleno de corrupción; ¿no escuchará tus oraciones ahora que te ha hecho heredero del cielo?”. Por este motivo gime el salmista en la introducción de su salmo: “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?” (Salmo 42:1-2). Tarde o temprano sabe que Dios le satisface la sed y el hambre que se duele y se debilita por Su presencia. Al igual que nosotros: “Tener sed de Dios es una obra del Espíritu y Él la da para luego satisfacerla”, sentenció Donald Whitney. Mientras esa satisfacción llega, hemos de adorarle y alabarle, clamar por el auxilio del Espíritu Santo en nuestra debilidad. Que Dios nos ayude con Su gracia a liberarnos de nosotros mismos para ser constantes adoradores en Espíritu y en verdad (Léase Juan 4:24); vasos glorificadores del SEÑOR Jesucristo (Léase Juan 16:14).

¡Sólo a Dios la Gloria!

Nota: Este post no está dedicado a hacer un estudio exhaustivo del Salmo 42; pero sí se extraen de ellas principios y verdades relacionadas con la oración.
____________________________
Notas bibliográficas:
(1): ‘Orando en el Espíritu’ (Romanos 8:26-27) | tercera conferencia de la serie: ‘La Salvación: Por gracia solamente…’; del Rev. Maurice Roberts. 
(2) y (3): ‘La salvación’ | ‘Y… ¿Qué dice la Biblia sobre…?’; de ‘Integridad & Sabiduría’. Fuente electrónica: http://www.integridadysabiduria.org/y-ique-dice-la-biblia-sobre/290-la-salvacion