viernes, 13 de junio de 2014

HAZ MEMORIA DE DIOS EN MEDIO DE TU AFLICCIÓN (1era. Parte)

INTRODUCCIÓN

¡Esos problemas de memoria!
A todos nos ha pasado: Hay un momento en que nos detenemos en la escalera y, de repente, nos preguntamos cuál fue la razón por la que bajamos en primer lugar. Pasamos varios minutos intentando pensar qué era aquello que tanto urgía hacer sin éxito alguno. Sólo hasta después de cierto tiempo llegamos a recordar aquello que en su momento habíamos olvidado.

No solo tenemos problemas para recordar las cosas más sencillas o elementales; incluso por más que nos esforzamos, terminamos olvidando aquello que es realmente urgente, como pagar una factura de la compañía de la luz o del agua, o realizar un depósito en el banco (encima, fuera de su fecha de vencimiento); o tratar de no llegar tarde a la cena de aniversario de bodas o al primer partido de fútbol de su hijo. En lo personal, gracias a Dios, soy capaz de recordar mis citas y compromisos con fecha y hora; pero no soy capaz de ubicar dónde dejo mis cosas personales (en cierta ocasión buscaba con desesperación mis lentes, sin darme cuenta que los tenía enfrente de mí, sobre mi escritorio… un caso extremo, lo sé). Para los especialistas en el tema, esto es lo que se conoce como un problema de memoria a corto plazo. Para nosotros, es todo un caos práctico.

Para bien o para mal, todos tenemos que trabajar forzosamente para hacer memoria de asuntos importantes. Pero ¿Qué sucede cuando el sufrimiento se presenta sin previo aviso?, Cuando transitamos en medio de experiencias difíciles ¿Hay algo que valga la pena recordar sobre cómo actuar y sobrellevar dichas experiencias?... Precisamente el Salmo 143, de la autoría del Rey David, nos invita a esforzarnos por hacer memorias de cosas muy significativas.

¿Qué hay con el Salmo 143?

Salmo 143 “Oh Señor, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia; y no entres en juicio con tu siervo, porque no es justo delante de ti ningún viviente. Pues el enemigo ha perseguido mi alma, ha aplastado mi vida contra la tierra; me ha hecho morar en lugares tenebrosos, como los que hace tiempo están muertos. Y en mí languidece mi espíritu; mi corazón está consternado dentro de mí. Me acuerdo de los días antiguos, en todas tus obras medito, reflexiono en la obra de tus manos. A ti extiendo mis manos; mi alma te anhela como la tierra sedienta. (Selah) Respóndeme pronto, oh Señor, porque mi espíritu desfallece; no escondas de mí tu rostro, para que no llegue yo a ser como los que descienden a la sepultura. Por la mañana hazme oír tu misericordia, porque en ti confío; enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma. Líbrame de mis enemigos, oh Señor; en ti me refugio. Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme. Por amor a tu nombre, Señor, vivifícame; por tu justicia, saca mi alma de la angustia. Y por tu misericordia, extirpa a mis enemigos, y destruye a todos los que afligen mi alma; pues yo soy tu siervo” (LBLA).

Los salmos contienen una variedad respuestas a Dios en oración, en canto, alabanza, poesía y adoración. El Salmo 143 no es la excepción. En el contexto de estos versículos nos anuncia dos cosas:
  • David está siendo perseguido y oprimido por sus enemigos (vers. 3, 9 y 12).
  • El estado de ánimo de David: sentimientos de persecución (vers. 3), espíritu y corazón afligidos (vers. 4), sin fuerzas y con temor a la muerte (vers. 3 y 7), y su alma se halla angustiada (vers. 11-12). Su oración está cargada con mucha súplica y desesperación (vers. 1, 7 y 11).
En el salmo 143 existe un énfasis que nos enseñará sobre cómo hacer un uso práctico de hacer memoria de las obras y atributos de Dios.

1) Haciendo memoria de que Dios es Padre

Salmo 143:1, 5, 7-8 “Oh Señor, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, respóndeme por tu fidelidad, por tu justicia […] Me acuerdo de los días antiguos, en todas tus obras medito, reflexiono en la obra de tus manos. […] Respóndeme pronto, oh Señor, porque mi espíritu desfallece; no escondas de mí tu rostro, para que no llegue yo a ser como los que descienden a la sepultura. Por la mañana hazme oír tu misericordia, porque en ti confío; enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma” (LBLA).

Hay dos aspectos que quiero mencionar sobre estos textos bíblicos descritos arriba.

En primer lugar, recordemos que David está sufriendo mucha oposición y opresión de sus enemigos. Bajo este contexto es por el cual David ora (vers. 1, 5, 7-8). Él es muy conocido como un hombre fuerte en el área de la oración, debido a que gran parte de sus salmos contienen oraciones dirigidas a Dios. Es un punto importante considerar el tema de la oración, porque, como dijo Edward M. Bounds, “La oración es relación con Dios”. Lo cual es cierto. Tener a Dios por Padre implica “relación”, por tanto, la relación filial y reverente se sustenta por medio de la oración. David tenía muy presente este concepto de paternidad divina: “El me clamará: Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salvación” (Salmo 89.26); “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13); y “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10).

Nosotros los creyentes, sabemos que nadie puede llamar “Padre” a Dios, sin la mediación de Jesucristo. Es por medio de Él que somos hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Parte de la misión salvífica y de los padecimientos de Cristo es llevar muchos hijos a la gloria del Padre (Léase Hebreos 2:10). Y como nuestro Maestro en la práctica de la oración, muchas veces se dirigió al SEÑOR como Su “Abbá”, Su Padre (Léase Mateo 11:25-26; Marcos 14:36). Al igual que Jesús, también nosotros podemos llamar Padre a Dios: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6); y “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre” (Mateo 6:9).  

Por último, el mismo SEÑOR Jesús afirmó que sólo podemos hacer oraciones y peticiones en Su nombre: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14). Por tanto todo cuanto pidamos en oración, si es bueno para nuestra salud, crecimiento y aprovechamiento espirituales –y en el nombre del Hijo de Dios–, el Padre nos lo concederá: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:11). Ya que Él es nuestro Mediador entre Dios y nosotros (Léase 1 Timoteo 2:5) y por quien tenemos acceso con confianza al trono de la Gracia para hallar misericordia y oportuno auxilio (Léase Hebreos 4:16). 

En segundo lugar, David recuerda la fidelidad de Dios en cuanto a Sus promesas. Él fue designado rey por elección soberana de Dios, y a quien se le hizo la promesa de que su reino sería afirmado para siempre, no le faltaría descendencia en su trono, su sucesor tendría una relación especial de Padre a hijo con el SEÑOR; además de que es una promesa inmutable e inquebrantable (Léase 2 Samuel 7:11-16). A pesar de su desesperación y del peligro que se encuentra, el salmista nos enseña a “mirar atrás”: “Me acuerdo de los días antiguos…” (vers. 5). No es un “mirar atrás” para dolerse del pasado o abrir viejas heridas ya perdonadas; sino, más bien, un “mirar atrás” para hacer memoria de la fidelidad de Dios en cuanto a sus promesas. David no ha olvidado las incontables veces en que Dios demostró Su favor para con él sin merecerlo: “Por la mañana hazme oír tu misericordia, porque en ti confío; enséñame el camino por el que debo andar, pues a ti elevo mi alma”. Por causa de Su misericordia, es que David alza al cielo su fe en Él desde horas muy tempranas.  

El salmista nos enseña que cuando las tribulaciones estén por tocar a la puerta de nuestra vida; lo mejor es retroceder en el tiempo con nuestra memoria y apelar a la fidelidad y misericordia del SEÑOR: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones 3:22-23); porque no solo Dios es nuestro Padre, sino también es “Padre de misericordias”: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). ¿Cuántos momentos difíciles hemos pasado y Dios, por Su misericordia, nos ha librado de ellos? Puede ser un desempleo, una crisis matrimonial o una enfermedad, la rebeldía de los hijos o el abandono del padre; etc. Situaciones y circunstancias incómodas, dolorosas, traumáticas que nos dejan fuera combate y sin ganas de seguir adelante. Pero, la fidelidad y la misericordia de Dios en los días pasados, tarde o temprano, nos llevarán a la humillación, a la convicción y al reconocimiento que a pesar de todo, Dios es inmutable, eterno, misericordioso y todobondadoso. Citando a un autor anónimo: “Dios es bueno, todo el tiempo. Todo el tiempo, Dios es bueno”, en concordancia con la Escritura: “Porque Él es bueno, porque Su misericordia es para siempre” (2 Crónicas 5:13; 7:3). Hagamos un brevísimo recuento de algunas de tres de Sus promesas y de Sus actos de misericordia para con nosotros:

La promesa de Su amor. Dios profesa amor eterno por nosotros: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3b) y Su amor se tradujo en sacrificio radical: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Nos amó a pesar de nosotros mismos, de nuestra enemistad con Él, y se glorificó al rescatarnos de Su ira, de Su juicio, de la condenación eterna y del poder del pecado por medio de dar a Su Hijo en sacrificio por nuestros pecados (Léase Juan 3:16-21; Romanos 3:10-12, 6:23; 2 Corintios 5:21 y Efesios 2:1-3). Gracias a la obra del SEÑOR Jesucristo, existe vía de reconciliación por medio de Él, y el hecho de ser adoptados como hijos de Dios y llamarle: “¡Abbá, Padre!”. Como dice el apóstol Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1b).

La promesa de Su presencia. El SEÑOR es un Dios que ha prometido Su presencia: “Y Él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso” (Éxodo 33:14), presencia que se manifiesta por medio de Su Hijo Jesucristo: “he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20b); tanto el Padre como el Hijo hacen Su morada en nosotros por medio del Espíritu Santo: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23); lo que trae como consecuencia Su paz en nosotros: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Sintamos o no Su presencia, es un hecho que Él permanece con Sus hijos para siempre.

La promesa de Su provisión. En el Sermón del Monte (Mateo 5 al 7), Jesús nos enseña que Dios es un Padre proveedor: Hace reflexionar a Su audiencia que la vida es más que el alimento, el cuerpo más que el vestido, nadie puede añadir más centímetros a su estatura, y que así como el Padre alimenta a los pajarillos lo hará también con nosotros (Léase Mateo 6:25-34). Y esta sección, el SEÑOR Jesucristo concluye: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:31-33). Lo hermoso es que estas promesas refiere a un pueblo que son hijos de un Padre celestial (Léase Mateo 5:16, 45, 48; 6:1, 4, 6, 8-9, 14-15, 18, 26, 32; 7:11, 21).

CONCLUYENDO...

Si nuestro Dios obró y obrará todo esto para recrear de nosotros un pueblo bajo Su gobierno y bendición para Su gloria ¿Cuánto más lo hará a lo largo de nuestro caminar íntimo y diario con Él? ¿Cuánto más nos impartirá de Su gracia y fortaleza en medio de la tormenta? ¿Cuánto más nos abrigará bajo la sombra de Sus alas y nos dará consuelo y reposo? (Veremos más de la aplicación de las promesas de Dios, en los siguientes puntos). No lo olvidemos: Somos hijos de un Padre misericordioso. De ahí, la necesidad de mantener y preservar un estilo de vida dedicado a la oración. Como dijo el Ps. Charles H. Spurgeon: "Una vida sin oración, es una vida SIN CRISTO".

Continuaremos con la segunda parte de este artículo en los próximos días. Por lo pronto: 

¡Sólo a Dios la Gloria!

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