lunes, 24 de febrero de 2014

SER SANTOS COMO JESÚS ES SANTO

En mi corto entendimiento, comprendo que la santidad es la gracia que Dios nos da para apartarnos del mal y hacer de nosotros cada día más como Jesús, y vivir como Él vivió. Me explico.


Ser santo en Cristo es comprometerme con  mis ojos de no ver aquello que sé que no debo de ver cuando esté frente al Internet, al celular, al Tablet, o cualquier otro dispositivo electrónico; o cuando salgo a la calle.

Ser santo en Cristo es vivir sin ceder a la presión de mi familia o de mis amigos de la cuadra, de la escuela o de mi trabajo; solo porque ellos piensan que “el sexo sin compromiso es bueno y saludable”.

Ser santo en Cristo es vivir sin participar en esas platicas y bromas de mal gusto que solo son ocasiones para denigrar y sobajar la apariencia física y sexual de una mujer o de un hombre.

Ser santo en Cristo es limpiar mi cabeza de cosas sucias que desagradan a Dios y llenar mis pensamientos de Cristo, Su Gloria, Su Palabra y en oración.

Y en todas estas áreas de la vida, ser sostenido por la gracia, ayuda y el poder de Dios que se perfecciona en mi debilidad. Dependo del SEÑOR para ser santo.


En fin, ser santo es la única manera de vivir en Cristo Jesús para pertenecernos completamente a Dios.

Ahora bien, tristemente, en muchas congregaciones cristianas o “cristianas” de hoy en día sufren el problema del pecado sexual. Algo así sucedió en los tiempos del apóstol Pablo y de una iglesia local que él pastoreó. Él trató los problemas de una iglesia que vivía en medio de tanta inmoralidad, adulterio, homosexualismo, orgías y con prostitutas religiosas en cada templo dedicado a dioses paganos. Además de ello, esta misma iglesia local tenía sus propios conflictos internos: Celos, contiendas, divisiones, indisciplina, falsos maestros, orgullo espiritual por tener un mal concepto y abuso de los dones espirituales; e incluso consintieron en que uno de los miembros de la congregación tuviese relaciones sexuales con su madrastra. El apóstol Pablo tomó cartas sobre el asunto, y con la autoridad de Dios escribe una epístola a esta congregación para confrontarlos, disciplinarlos y exhortarlos. Sí, estamos hablando de la Iglesia de Corinto. Y precisamente gracias a Dios, entre las cosas que escribió el apóstol hay algo que nosotros debemos considerar, tomar en cuenta: La relación de Jesucristo con nuestro cuerpo físico.

1 Corintios 6:19-20 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

1 Corintios 6:19-20 nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Eso significa que en algún punto de la historia de nuestra vida, Dios ha decidido rescatarnos de nuestra vana manera de vivir con el mensaje del Evangelio de la cruz, y hacer de nuestros cuerpos una morada -un hogar, si quieres pensarlo así- dentro de mí. Puede parecer extraña esta idea, pero la Biblia afirma que esto es una realidad para todo creyente y debemos creerla. Entonces, lo primero que debemos comprender son dos cosas:
  • Que tanto nosotros como Jesús estamos unidos espiritualmente, y es unión que no se puede romper, es imposible que podamos ser divididos. Por tanto, como estamos unidos a un Dios santo, con Su poderosa gracia también seremos santos (Léase Filipenses 2:13, 1 Pedro 1:15).
  • Que nuestros cuerpos forman parte del cuerpo de Cristo, y somos uno con Él, de la misma manera en que un hombre y una mujer son una sola carne, un solo cuerpo. La analogía del matrimonio es una representación de la unión de la Iglesia con Su Salvador y Su Cabeza (Léase Efesios 5:25-32).

Por tanto, cuando un creyente comete pecado sexual, está involucrando también a Jesucristo en ese pecado. De solo pensarlo, es abominación. Es profanar el templo sagrado que Dios adquirió para El.

Sabemos que todos los pecados son igual de graves ante la justicia y santidad de Dios. Es tan grave el que miente, como el que adultera; el que codicia como el que mata (Léase Santiago 2:10-11). Pero, en un sentido, el pecado sexual es grave porque involucra y contamina nuestra conciencia y nuestro corazón, sino todo nuestro cuerpo, en sí, todo nuestro ser en camino a consumar el pecado (Léase 1 Corintios 6:18). El pecado sexual acarrea aflicciones y deseos malsanos a la carne.

Sabemos que la Biblia condena el adulterio y de igual modo las relaciones sexuales de cristianos solteros deben ser reprendidas. Ciertamente hay lugar para la gracia, para el perdón, la confesión de pecados y el arrepentimiento; pero eso no significa que exista alguna ocasión para pecar por deporte o por gusto; la gracia no es licencia para pecar deliberadamente (Léase Romanos 6:1-2). Debemos comprender con firme convicción que la única relación sexual que Dios bendice es en el estado santo del matrimonio; fuera de ello, es pecado. No hay más relación sexual permitida entre cristianos solteros, un cristiano soltero y una incrédula (y viceversa) o adulterio en el matrimonio. ¡NO hay más! (Léase Génesis 2:23-24, Proverbios 6:32, Mateo 5:32, 1 Corintios 7).

En ocasiones, olvidamos, que nuestro cuerpo es Suyo y es consagrado, apartado para Él. Por tal motivo, en 1 Corintios 6:19-20 nos menciona que una de las maneras de evitar caer en la tentación es tener conciencia que el gran Dios mora en nosotros y a todas partes donde vayamos, Él está con nosotros y nos observa, nos contempla. Saber que Su Santo Espíritu mora en nosotros nos impide pecar deliberadamente a contra Él.

La voluntad de Dios es ser santos. Si Dios quiere que vivamos en santidad, es porque así lo quiso. Él es quien dispuso el mandamiento y nosotros no somos nadie para cuestionarlo. Hacer esto es necedad. La santidad no es perfección absoluta de golpe ni hipocresía religiosa; sencillamente se trata de que Si Dios ha decidido hacernos a nosotros a la imagen y molde de Jesús; en efecto lo hará (Léase Romanos 8:29). Para eso nos ha predestinado y sí o sí nos dará la gracia, a pesar de nosotros mismos, para poder caminar apartados del mal y huir del pecado sexual (Léase Efesios 1:3-6).

La principal razón por la que hemos de vivir piadosamente, como ya hemos dicho, es porque Dios nos rescata de nuestra vana manera de vivir a raíz de la obra del milagro salvífico de la cruz (Léase 1 Pedro 1:15-23). Hermanos: Lo que Jesús hizo no es poca cosa. Si hay algo peor que sufrir el castigo de la condenación eterna por nuestro pecado, es vivir separado de nuestro Dios por toda la eternidad. Porque el propósito para el cual fuimos creados fue precisamente para esto: Para glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre. Sin la mediación de Jesucristo, no solo hay condenación eterna segura, sino también otro peor suplicio: La oportunidad irremediablemente perdida de ser Sus adoradores y deleitarnos en Su presencia (Léase Juan 4:23-24). Y sencillamente porque no hay nada bueno que nos pueda recomendar de nosotros mismos, porque estamos separados de Dios por nuestro pecado (Léase Isaías 59:1-2). Sin santidad nadie sin excepción puede ver al SEÑOR (Léase Hebreos 12:14).

Ahora bien, solo imaginen este cuadro: El Hijo de Dios, el Creador del universo y de los millones y millones de galaxias que existen y faltan por descubrir, el mismo SEÑOR que creó los cielos y las tierra; que nos ha dado vida, nos ha dado familia, trabajo, ha descendido a un planeta insignificante para habitar entre criaturas insignificantes de este vasto cosmos. Y solo para comprarnos a precio de Su sangre  y reconciliarnos con el Dios Todopoderoso, quién se ha dignado a mirar nuestra bajeza y miseria. No fue un ángel, no fue un arcángel el que murió por nosotros; sino el más preciado tesoro de Dios: Su Hijo amado. Si nosotros estamos vivos y unidos a Dios es porque Su Hijo amado sufrió en Sí mismo el pecado de millones y millones de pecadores insignificantes para mostrar en la cruz las inescrutables riquezas de Su gracia. Juan 3:16 nos afirma que Su Hijo es el regalo de Dios para nosotros en la más pura expresión de Su amor y en la más pura expresión de Su misericordia. Lo que Dios nos dice es: “Di mi Hijo por ti, no hay nada mas que puedas hacer o añadir a mi tesoro más preciado. Todo, todo está cubierto en su totalidad”. ¿Qué se hace con un regalo? Recibirlo. Fue un regalo tan invaluablemente caro porque le costó la vida de Su Hijo y sin embargo, es gratis. Es decir, para recibir este regalo es menester creer y arrepentirse de sus pecados, de tal manera que el pecado que tanto amábamos, ahora lo aborrecemos; de tal manera que si éramos egoístas, ahora Cristo es el centro de nuestras vidas, de tal manera que si fuimos Sus enemigos más acérrimos, ahora estamos agradecidos, rendidos y humillados en adoración ante el poder y la gloria de Su gracia (Léase Efesios 1:5-6, Filipenses 2:5-11).

Por tanto, hermanos, examinémonos a nosotros mismos si nos hemos hallados faltos en alguna área. Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo (Léase 1 Juan 2:1-2). Pidamos perdón por nuestros pecados y vivamos en santidad, sustentados por Su poder y siempre a la luz de lo que Jesús hizo por nosotros.

¡Sólo a Dios la gloria!

[Una brevísima exhortación a los jóvenes a ser santos en cuerpo y en alma para Jesucristo]