jueves, 4 de abril de 2013

LO QUE NO ES ORACIÓN: ORAR SIN CONSULTAR NI CONSIDERAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Mateo 6:10 “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

Explicación para una aplicación práctica: Desde antes de la conversión propiciada por Jesucristo en el nuevo creyente, siempre ha existido una batalla por definir el parecer de la voluntad: Lo que aprecia la carne, y lo que designa el Espíritu. 

¿Puedo orar sin consultar Su voluntad? Claro que sí y nuestro Sabio y Eterno Dios lo permite para que aprendamos por medio de la disciplina familiar lo que es obediencia y dependencia (Ejemplos clásicos: Los profetas Jonás y Jeremías). El fruto de toda aflicción siempre será Su glorificación. 

Todo lo que es carnal, lo que sacia su propia gloria, lo que tiene como satisfacción propia como fuente de ganancia interminable, sin afecto al propósito de la edificación del creyente en cada área de su vida; no glorifica a Dios. Más todo aquello que incurre en la obediencia, lo que es constante disminución del centro de sí mismo, todo lo que dé lugar a la adoración y a la glorificación por causa de la Suprema voluntad perfecta y agradable de Dios, sea en el tiempo bueno o en el tiempo malo; es digno de consideración y alabanza. 

¿A quién o a qué nos abandonaremos? Porque si es según nuestra voluntad, somos miopes de los Propósitos de Dios en todas las cosas que Él desea involucrarnos, no porque seamos mejores que los demás o tengamos algún mérito que lo valga para agradarle; sino por nos ha dado por gracia el privilegio de ser Sus siervos inútiles para hacer lo que debamos hacer. Pero si es Su voluntad, seremos triturados para que Su nombre sea del todo y en todo exaltado. El mejor ejemplo de abandonarse en la voluntad del Padre, nos lo da nuestro propio Maestro y SEÑOR, horas antes de su pasión y muerte:

Mateo 26:42 “Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”.

El Monte de los Olivos, cuyo nombre original es “Getsemaní”, significa: “Prensa de aceite”. ¡Qué curiosa es la Providencia! Pues el Hijo de Dios había sido triturado para hacer la Voluntad de Su Padre. El momento más decisivo de la Historia de la Humanidad, pendía en el hilo de esa oración: “Hágase tu voluntad”, haciendo eco de lo que siempre había enseñado ante multitudes, de lo público a lo secreto. 

Si hago lo que quiero: ¿Qué ganancia tendré sino es alabanza a mí mismo que termina en mediocridad y orgullo? Si hago lo que Él quiere: ¿Hay algo más aparte de esta urgencia de santificar Su nombre? Toda Voluntad del SEÑOR viene del cielo, porque Sus pensamientos son mucho más altos que los nuestros, más inferiores y cortos de entendimiento, y Su Palabra es efectiva para aquello para lo cual ha sido enviada. Lo que Él dice se hará y no hay quien se resista ello (como en el caso del profeta Jonás, quien al final de una fuerte disciplina, predicó a Nínive para juicio). Siendo uno con el Padre, Los pensamientos del Hijo eran exacta y milimétricamente afines con los de Él. Por tanto, Dios ha sido glorificado en Jesucristo al ser satisfecho Su propósito de redención:

Hebreos 13:20-21 “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

Al final en nuestro estado de sumisión a la hora de oración, reconocemos que por nosotros mismos, en gran debilidad, no somos capaces de hacer Su voluntad, pero sí de propiciar la nuestra. A pesar de ello, gracias a Dios tenemos este consuelo y promesa: Si hemos nacido de nuevo, si somos Su hijos, el Padre nos dará Su gracia capacitadora para ser aptos para hacer lo que es agradable delante Él por medio de nuestro SEÑOR Jesucristo. Es parte del proceso de crecer en la comunión con Dios y madurar en dependencia del Padre. Nuestra oración debe resonar en nuestro aposento y secreto este eco que describe el corazón con rendición absoluta: “Hágase tu voluntad, y no la mía…”

¡Sólo a Dios la Gloria!